¿Me moría por ella? No, por él.
Me moría por él, por su mirada, por sus furtivas risas, su anhelo alimentó durante años mi vida, durante años fue mi luz, al levantar, mi esperanza al día siguiente, un rebuscar por las esquinas, en la prisa de la gente, en el viento que me ahogaba, en los pasos de otros hombres, y se me escapaba, como piscis que era, de la orilla.
Se me escapaba raudo y veloz, tal como venía, se iba. Y yo le amaba tanto, en aquella lejanía. En sus palabras dulces, a veces zafias. Y le perdonaba, por los errores cometidos y los errores por cometer, como el me perdonaba cada vez mi despiste, mi ceguera, mis despertar con otros hombres, mi fe de atea. Era mi vida, y yo, la suya.
Y un día, se fue. Se fue sin decir un adiós, sin un te quiero, se fue sin más y llovió. Llovieron mares, llovieron lágrimas, llovió la lluvia en la ventana.
Y me moría.
Pero un día, después de mucho tiempo. Desperté. Desperté con ganas de volver a amar. Tras la tormenta. El sol volvió a brillar. Y la luz, se hizo.
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