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martes, 3 de diciembre de 2013

Las zapatillas mágicas

Había una vez un par de zapatillas deportivas que estaban en una zapatería muertas de risa sin que nadie quisiera comprarlas. Había salido la moda entre los niños de llevar zapatillas con lucecitas y estas ni tenían lucecitas, ni tenían "ná de ná". Dicho sea de paso, eran un poco feíllas, y para más inri, habían estado una temporada en el escaparate y se habían descolorido con el sol. Así que ningún niño las quería.
Una mañana, justo antes de Navidad, el dueño de la zapatería las tiró al contenedor situado en la esquina. El contenedor estaba tan lleno de basura que se cayeron. Un hombre que se dedicaba a coger cartones vio aquel par de zapatillas y dijo: ¡Qué bien! así mi niño Pepino tendrá un regalo de Navidad.
Aquella noche Pepino no durmió bien. Había cenado poco, y le dolía el estómago, pero pensaba en si este año tendría regalo de Navidad. Se había portado bien, pero su madre estaba enferma y su padre llevaba tres años en paro y, con la crisis, suponía que otro año se quedaría sin regalo. Aún así, pensó que Papá Noel a lo mejor pasaba por su barrio y eso le ilusionaba.
De repente oyó un ruido. Probablemente era su padre que volvía de recoger cartones. O quizás fuera Papá Noel. Cerró los ojos fuertemente y deseó con todas sus fuerzas que fuera Papá Noel. Pensando esto, se durmió.
A la mañana siguiente un sol brillante entraba por la ventana. Se levantó corriendo y vio una caja de zapatos que no parecía muy vieja. ¿Qué sería? Abrió la caja con emoción y dentro encontró ¡un par de zapatillas verdes!. Le parecieron las más bonitas del mundo. Él, que llevaba 3 años sin poderse poner zapatos porque en su casa no había apenas dinero, porque su padre se había quedado en paro y Pepino no podía permitirse el lujo de llevar zapatos....Corriendo se las puso y se levantó de un salto. Un hormigueo le recorrió desde la punta del dedo gordo hasta el ultimo pelo de la coronilla. ¡Qué bien!  eran de su talla. Pero algo extraño pasó, una risilla cascada salió de sus pies, y Pepino se miro las zapatillas.
- Ejem, soy yo: tus zapatillas. Como me has deseado tanto, y me has querido, te voy a conceder tres deseos.
Pepino estuvo durante horas pensando, y cavilando. Y al final, dijo:
- Quiero que cures a mi mamá de su enfermedad. Ella es mi alegría. Si ella esta bien, yo estaré bien.
Le recorrió otro hormigueo. Y las zapatillas brillaron. Y oyó la voz de su madre, llamándole. Corrió a su cama y la encontró despertándose como de un largo sueño. El color había vuelto a sus mejillas, sus ojos le miraban sonrientes y en su cara había una gran sonrisa.
Se fue a su habitación y dijo:
- Gracias. El siguiente deseo es que quiero que a mis papás no les falte trabajo, así podre comer todos los días.
Otro estremecimiento le recorrió y se iluminaron las zapatillas y, de repente, su padre entró por la puerta de casa como una exhalación. Había conseguido trabajo en un restaurante de camarero, empezaba mañana y el dueño le había regalado ¡un pollo asado!. Podrían comer caliente esa Navidad.
Se comieron el pollo con bastante ansia hasta que del pollo sólo quedaron los huesos.
Y Pepino se fue a su habitación. Pero en el tercer deseo, dudó sobre qué pedir. Una pelota o amigos con los que jugar. En el colegio se reían de él por que siempre iba descalzo. Si pido una pelota y no tengo amigos tendré que jugar solo. Pero si pido amigos ellos serán tan buenos que me prestaran sus juguetes y podre jugar con ellos a lo que sea.
Otro hormigueo le sacudió y, de nuevo, las zapatillas se encendieron cumpliéndole el último deseo.
Salió corriendo a jugar al parque.
Sus compañeros de colegio, que jugaban con sus propios juegos, cuando lo vieron aparecer le sonrieron y lo invitaron a jugar.
Pepino no cabía en sí de felicidad. Aquellas fueron las mejores Navidades de toda su vida, y es que unas zapatillas, aunque no sean Nike, o Adidas ni tengan lucecitas, pueden hacer el niño más feliz, a aquél que va descalzo.
Y, colorín colorado... este cuento se ha acabado.

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